miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lotería de Navidad


Anoche, un año más, me acosté sin la holgura económica que todos anhelamos, pero albergando la esperanza de que esa sería la última que lo haría en esa detestable y repudiable condición. Hoy volveré a hacerlo, más empobrecido si cabe, al descontar la cantidad invertida en sueños, pero ya sin las fantasiosas esperanzas donde asirme, huérfano de quimeras que insuflen ánimos renovados.
En fin, andamos por Navidad, y ya sabemos que son fechas para desear lo que negamos el resto del año. Como si no tuviésemos el derecho a ser felices en en mes de junio, o cualquier otro mes del año, esos que pasan desapercibidos, sin notarse, con el sigilo de la rutinaria vulgaridad. Eludiendo reminiscencias religiosas hay quienes ubican el origen de la navidad en la celebración del advenimiento del solsticio de invierno y de ahí esa ancestral costumbre de atiborrarse de manjares y exquisiteces vetadas el resto del año, en un incontrolable afán de acopiar calorías con el fin de afrontar con éxito las arduas y duras labores del campo. Pero la vida moderna, sedentaria y alejada de estrecheces, nos hace acaparar no solo calorías sino esos quilos tan molestos e insanos que nos acompañan hasta nuestros últimos días, si es que no los precipita. Ya vinieron cabezas pensantes, unas ornadas de mitras, otras luciendo una simple tonsura, para dar a tan pagana costumbre una divina interpretación.
Pero el cenit de tan felices fechas lo marcan los afanes consumistas que nos envenenan los pensamientos, emponzoñan voluntades, nos empujan al frenético dispendio de lo que se tiene y de lo que no se tiene, repudiando carencias aunque nos cueste un mundo alcanzar, anhelado una efímera porción de felicidad que todos creemos encontrar en un apartado rincón de un iluminado y llamativo escaparate, o colgados de un maniquí de mortecino aspecto, o raramente esos tesoros dispuestos en los estantes de las librerías. Y no hay mayor proselitismo que el demostrado por los bancos quienes te instan, durante tan felices y dichosos días, por cartas a activar tarjetas de créditos aletargadas, olvidadas en las billeteras; te incitan por mensajes a solicitar ese crédito que tienes concedido anticipadamente, que te niegan cuando realmente te es necesario, para que cumplas esos sueños breves y fugaces que se desvanecen en el mes de enero y te llenan de desasosiego en el primer mes del año por estrenar.
Feliz mes de enero a todos.

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