lunes, 25 de julio de 2011

La Luna


















Dice el ignorante que Luna sólo hay una, desconociendo que son tantas como ojos enamorados haya.

jueves, 19 de mayo de 2011

15 M


Con cierto recelo observo desde un segundo plano los hechos que acontecen en nuestro país. No me atrevo a dejar que un excesivo entusiasmo guíe mi imaginación, son tantas ya las decepciones, tantos los desencantos que no me siento con fuerzas de afrontar uno nuevo. Pero no puedo negar que en mi subyace una satisfactoria alegría al constatar signos de rebeldía en quienes veía aletargamiento y amodorramiento intelectual, desidia ideológica, aborregamiento colectivo, apatía generalizada.

Me tocó vivir, in situ, el Mayo del 68, que mi incipiente adolescencia no me dejó comprender en su plenitud, pero si recuerdo tener la certeza, una idea que me rondaba la mente entonces, que algo importante estaba ocurriendo, cuando veía a mis compañeros de colegio, de cursos más avanzados; a mis vecinos, a los alumnos del Lycée; a los obreros de las fábricas, compañeros de mi padre y padres de mis compañeros, prepararse como lo hacen los guerreros antes de entrar en batalla para ir a gritar sus anhelos de libertad, desasirse del hastío ideológico, de la opresora falta de libertad, que las democracias acomodadas a sistemas negadores de la participación ciudadana limitándola a la simple emisión de voto, nos someten; aquel cautivador y poético lema de ¡Parad el mundo que me bajo! tan lleno de desesperada desazón.

Me tocó vivir los últimos años de un oscuro periodo en la que desembocó la Guerra Incívica que desgarró y desmembró a familias enteras. País dividido, naciones y regiones fraccionados, ciudades fragmentadas, barrios desintegrados, gente separada… Lleno de odio y miedo.

Luché con todas mis fuerzas para que me devolvieran lo que nunca nadie debió de arrebatarme; contra quienes nunca gozaron de la prerrogativa de negarme lo que me impedían: la libertad, la capacidad de elegir mi destino, ni disfrutaban del privilegio de poner palabras en mi boca que antes no hubiera dictado mi corazón. Quería leer libremente, quería oír con libertad, quería hablar sin cortapisas, vivir en definitiva, pero hacerlo sin lastres. Y ante mi se abrió una senda, orillada de frescura, de frondosidad, tal vez una senda errónea, no lo sé, pero era mi senda, la que yo había elegido. Recuerdo que alguien me dijo: Ven, hagamos juntos el camino que nos conduce a nuestros sueños y entonces le dí la mano, y a su vez agarré la de quien me acompañaba al otro lado y repetí las palabras que momento antes me habían dicho. Junto hicimos un larguísimo y fastuoso camino, lleno de escollos y llantos, lleno de obstáculos y dificultades, pero donde no cabía el desaliento ni el abatimiento. Nos adentramos por senderos sombríos y húmedos, espinados, hediondos y fétidos por las emanaciones de la ciénaga que nos rodeaba. Pero la certeza de hallar pronto nuestro destino, un claro en la lóbrega espesura donde pudiese penetrar la luz que pugnaba por atravesar las oscuras copas de los árboles nos empujaba a seguir adelante. La negra frondosidad, árboles de troncos revestidos de líquenes negros, donde jirones de dolor colgaban de sus ramas confiriéndoles tetricos aspectos, disfranzádolos de fatasmagórico semblante, oscurencia nuestras mentes, pero nunca nuestras esperanzas.

Al fin el calvero, lleno de luz, donde los rayos de sol parecían querer herir nuestros ojos tan desacostumbrados a tal fulgor.

Pero esa luminosidad fue apagándose, difuminándose como se diluye las luces crepusculares ante que la noche todo lo envuelva. Nuestras manos se desunieron, disipándose nuestras esperanzas.

Hoy veo desde mi ventana un leve rayo de luz… ¿será este un nuevo claro en este bosque de tenue luminosidad?

lunes, 16 de mayo de 2011

La inteligencia


Leyendo unos apuntes de mi hija sobre nutrición, en un apartado sobre los beneficios reportado por el descubrimiento del fuego, se detaca, entre otros, que permitió la cocción de los alimentos y que gracia a ello se desarrolló la inteligencia. Conclusión: conozco a demasiada gente que todo lo come crudo.

sábado, 26 de febrero de 2011

La hermosura

















Si eres hermosa, algún día te soñaré.
Si la hermosura está en tu alma, en mis sueños siempre te tendré.

lunes, 17 de enero de 2011

¿Fumas o incordias?


















Autoritarismo. Prohibiciones que coartan las libertades de quienes quieren fumar. Esos y otros argumentos esgrimen los que ya no podrán imponer, como hasta ahora han venido haciendo, sus deseos de fumar a los que no quieren hacerlo.
El autoritarismo no sólo prohíbe sino que también impone.
Gracias por no castigar mis asmas con tu libertad de humear.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lotería de Navidad


Anoche, un año más, me acosté sin la holgura económica que todos anhelamos, pero albergando la esperanza de que esa sería la última que lo haría en esa detestable y repudiable condición. Hoy volveré a hacerlo, más empobrecido si cabe, al descontar la cantidad invertida en sueños, pero ya sin las fantasiosas esperanzas donde asirme, huérfano de quimeras que insuflen ánimos renovados.
En fin, andamos por Navidad, y ya sabemos que son fechas para desear lo que negamos el resto del año. Como si no tuviésemos el derecho a ser felices en en mes de junio, o cualquier otro mes del año, esos que pasan desapercibidos, sin notarse, con el sigilo de la rutinaria vulgaridad. Eludiendo reminiscencias religiosas hay quienes ubican el origen de la navidad en la celebración del advenimiento del solsticio de invierno y de ahí esa ancestral costumbre de atiborrarse de manjares y exquisiteces vetadas el resto del año, en un incontrolable afán de acopiar calorías con el fin de afrontar con éxito las arduas y duras labores del campo. Pero la vida moderna, sedentaria y alejada de estrecheces, nos hace acaparar no solo calorías sino esos quilos tan molestos e insanos que nos acompañan hasta nuestros últimos días, si es que no los precipita. Ya vinieron cabezas pensantes, unas ornadas de mitras, otras luciendo una simple tonsura, para dar a tan pagana costumbre una divina interpretación.
Pero el cenit de tan felices fechas lo marcan los afanes consumistas que nos envenenan los pensamientos, emponzoñan voluntades, nos empujan al frenético dispendio de lo que se tiene y de lo que no se tiene, repudiando carencias aunque nos cueste un mundo alcanzar, anhelado una efímera porción de felicidad que todos creemos encontrar en un apartado rincón de un iluminado y llamativo escaparate, o colgados de un maniquí de mortecino aspecto, o raramente esos tesoros dispuestos en los estantes de las librerías. Y no hay mayor proselitismo que el demostrado por los bancos quienes te instan, durante tan felices y dichosos días, por cartas a activar tarjetas de créditos aletargadas, olvidadas en las billeteras; te incitan por mensajes a solicitar ese crédito que tienes concedido anticipadamente, que te niegan cuando realmente te es necesario, para que cumplas esos sueños breves y fugaces que se desvanecen en el mes de enero y te llenan de desasosiego en el primer mes del año por estrenar.
Feliz mes de enero a todos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Reproches a los dioses


Muchos de nuestros pensamientos giran entorno a los dioses, sean cuales sean estos. En cuantos gestos y palabras aludimos a los omniscientes. Una simple despedida la señalamos con un adiós, mostrando el francés un pragmatismo elevado con su adieu, que no es un hasta luego, ni un hasta pronto, sino más bien un hasta nunca. Cualquier momento existencial es propicio para ello, no se ha de estar en uno de esos templos donde las almas encuentran el sosiego y la calma necesaria para entablar hilo directo con las celestiales deidades. No seré yo quien niegue la propicia predisposición que nos brindan tan sacros lugares. Pero donde nuestras mentes parecen tener mayor inclinación a evocaciones divinas es en el lecho, sea este de muerte, como se sostiene en la cercana de Voltaire que atacado por tardíos arrepentimientos de sus ateísmos quiso conciliarse con Dios antes de exhalar el último de sus suspiros, de armonizar sus postreros pensamientos. Que lo consiguiera o no será un enigma más que añadir a mi incontable colección de ellos. Cuando nos atormentan inquietudes invocamos favores y bienaventurados auxilios. También están presente en el tálamo a la hora de aliviar las urgencias de las inexcusables llamadas de la carne. ¿A qué hombre no le ha llenado de satisfactoria vanidad, elevando hasta el paroxismo sus virilidades, el oír a su amante, mientras suspira su gozo, una exclamativa: ¡Ay, Dios mío...!? Excluyendo, por obvias razones, a quienes les gusta gozar de los amores propios sin despreciar los ajenos, aterrados ante un ¡Ay Dios mío, mi marido!
En fin, si algo he de reprochar es la inequívoca ausencia de señales de tan celestiales entes, que aplaquen y alivien los rigores de los mundanales padecimientos que a todos nos afectan. Dios debería de existir.